Tras el primer tiempo de Adviento del Mundo, viene el día triste de los Santos Inocentes
y en ese día triste hubo unos protagonistas anónimos que os voy a descubrir.
Se apareció una estrella en el cielo, una estrella con cola, que avistada por los
tres sabios Reyes, Magos de Oriente, anunciaba el nacimiento del más grande regalo
que dios hizo al Mundo y a la Humanidad: su propio hijo. Melchor, Gaspar y Baltasar,
se pusieron en camino guiados por aquella brillante guía de Luz.
Entre tanto quiso Dios que El naciera en un sencillo establo, de los llamados pesebres
o portal, excavado entre las piedras de las afueras de Belén. Allí, calentado de
continuo por el aliento del fuerte Buey, ante la flemática mula, las palomas y una
vieja gata tricolor que calentaba el Santo vientre, fue adorado por los pastores
y las gentes de los alrededores, entre ellos un comerciante de la Illiria, de la
zona la que conocemos como la Dalmatia, cercana al mar adriático, de nombre Titus
Rhizus, hombre piadoso que romanizó su nombre y tomó como apellido el de su ciudad
natal, dedicado a la agricultura en el nuevo protectorado del reino de Judea en
unos terrenos cedidos por la todopoderosa Roma, por su condición de excondecorado
soldado. Los dálmatas humanos eran afamados guerreros que, tras nacer el primer
siglo de nuestra era y dentro del mismo, tuvieron su propia Cohors II Delmatorum,
la que se creó en tiempos de Domiciano el aristocrático César.
Le acompañaron varios de sus inseparables perros illíricos, blancos como la nieve
con las orejas de color negro, y junto a ellos emocionado por ser testigo de excepción
de la santa escena del nacimiento, retornó a su hacienda feliz y gozoso.
Pasaron los Magos cerca del Palacio del Rey Herodes y revestidos de buena Fe fueron
a pedirle cobijo para hacer noche allí. El cruel Herodes les recibió y les agasajó
y, al preguntarles el motivo de la Real comitiva de Sabios, ellos le respondieron
que venían a adorar al Rey de Reyes, al hijo de Dios que hecho hombre nacía en Belén.
El taimado Herodes sobresaltado por ello, meditó su perversa respuesta y les pidió
que a la vuelta, sus “primos” (tratamiento antiguo que se daban entre los reyes
y reinas con o sin parentesco de sangre) les indicara el lugar exacto del nacimiento
de Jesús y de qué carecía el nuevo Rey para el portarlo y así poderle adorar también.
Se frotaba las manos mientras lo decía y su sonrisa llena de afilados dientes, así
como su mirada cetrina no gustaron al viejo Melchor, el de los blancos cabellos,
por lo que tras el agasajo y bajo su recomendación, partieron los tres en pos del
astro guía.
Llegaron los reales astrólogos a la humilde cámara donde se alojaba la Sagrada Familia
y le ofrecieron al Niño oro, incienso y mirra, no por capricho sino con un gran
significado; el oro por ser el poder y ser el nacido Rey de Reyes, el incienso por
ser el perfume sacro que reconoce la divinidad del nacido y la mirra bálsamo de
untura a los muertos por el que se reconoce su naturaleza humana y humilde … le
adoraron y le glorificaron, dieron Gracias por reconocer al Salvador en su persona
y, calladamente, se fueron al lejano Oriente montados en sus camellos de peludas
gibas, acompañados por un sencillo séquito de sofieles, evitando el paso por el
real sitio que ocupaba el temeroso y malvado Herodes.
Pero todo ello fue en vano, pues los numerosos espías del rey de Judea, alertaron
al más famoso infanticida de la historia de la Humanidad, que al no conocer el paradero
del recién nacido Mesías, mandó pasar a cuchillo, uno por uno, a todos los niños
que nacidos en su Reino tuviesen hasta dos años de edad a fin de evitar el ser suplantado
en el trono de la tierra, que no interesaba al rey de los cielos, señalando la casa
donde se producía cada muerte con una cruz de negra pez.
El Ángel de la Guarda también hizo su primera aparición en este momento y le dijo
en sueños al casto padre José, al Santo Patriarca, que la muerte acechaba a Jesús,
que huyera a Egipto y que de allí le sería indicada su vuelta, que sería protegido
por un soplo divino, que se apresurara, que era tarde ya… Horrorizado, compró con
lo poco que tenía una vieja borriquilla que estaba destinada al desolladero, despertó
a Nuestra Señora y la subió a la noble bestia, y corrió a todo lo que daba
Los soldados de Herodes les vieron huir, e intentaron alcanzarlos, pero de pronto
se encontraron con que los perros de Titus el de llliria, salieron del ostium (equivalente
a nuestra entrada o zaguán) de la cercana villa y atacaron con grandes gruñidos
y ladridos a los soldados, impidiendo la persecución de los que huían para proteger
la vida del nacido. Los soldados se defendieron y alzaron sus espadas, salpicando
con sus brazos tintos de sangre a los perros, al igual que con las brochas y vasijas
de negra pez. Ante la fiera jauría de blancos dientes y la algarabía que produjeron,
los soldados se retiraron maldiciendo a los perros, Titus Rhizus contempló todo
ello desde la ventana del cubiculum (dormitorio) de su villa, mudo y temeroso, sin
más luz que la de la luna. Los soldados se fueron convencidos que los que huían
eran unos parias miserables cuyo hijo no importaba y que el Rey no se enteraría
de la fuga.
A lo lejos la Virgen María, agradecida, bendijo con entrecortado rumor a los perros,
pidiendo a Dios que los descendientes de estos en recuerdo a su nobleza nacieran
color blanco nieve, por su soplo divino y que al crecer unos tuvieran las manchas
rojas por todo su cuerpo recordando la sangre vertida por los inocentes y otros
las tuvieran negras recordando la pez con la que se señalaba la puerta de las familias
masacradas… petición de aquellos labios puros, que fueron atendidos y que hoy se
sigue perpetuando en los descendientes de aquella jauría, en recuerdo de aquellos
días, y que explican la original capa pintada con la que Dios, divino hacedor del
Mundo, cubre a estas nobles criaturas.
Rafael Fernández de Zafra